¿Qué es un superhéroe? Personajes como Batman demuestran que el tener poderes sobrehumanos no es requisito. Si aceptamos la definición de que es alguien que está dispuesto a sacrificarlo todo a nivel personal para derrotar injusticias y liberar a los oprimidos, este Abraham Lincoln bien puede calificar como tal. Aunque aquí no cace ningún vampiro.

A diferencia de Los Vengadores o El Caballero Oscuro, la lucha de Lincoln no se reducía a derrotar un villano en concreto en una pelea espectacular, sino a la cultura racista de su tiempo. Con la Declaración de Emancipación le dio la posibilidad a los hombres de raza negra a unirse al ejercito y pelear contra el Sur pero no declaraba a la esclavitud ilegal. La medida podía fácilmente revertirse en tiempos de paz, por eso quería enmendar la Constitución y así erradicar la práctica para siempre.

Uno puede pensar que por ser presidente la tendría fácil, pero ni siquiera los miembros de su gabinete apoyaban esta iniciativa. La película relata la titánica lucha tras bambalinas de Lincoln por convencer a su círculo, los miembros de su partido y a elementos del partido opositor para conseguir la cantidad necesaria de votos. Como todo buen vigilante de las historietas, el gigantón se sale de los márgenes de la ley para hacer realidad sus ideales: Compra votos con sobornos, le oculta información al Parlamento y le miente a quien sea necesario.

La serie de diálogos en diferentes escenarios nos dan un vistazo al mundo de la política de ayer y hoy. Las maquinaciones, el juego de intereses, las declamaciones dramáticas, el control de la información, etc. siguen siendo parte de nuestro paisaje gubernamental un siglo y medio después. La extrema oposición e irracionalidad del partido Demócrata -contrarios a Lincoln- nos recuerdan a las exhibidas en el ahora partido Republicano con respecto a la inmigración, la causa homosexual, y sobre todo en su guerra personal contra Obama y su reforma de salud.

Cuando se discute la capacidad del Estado para hacer el bien, éste es un claro ejemplo que el mercado y la conveniencia económica no deben ser la guía moral de una nación. No hay capas ni damiselas en apuros, pero el sistema democrático es capaz de realizar hazañas igual de heroicas, aunque sean en cámara lenta.

Ningún drama tan “hablado” puede mantener nuestra atención de principio a fin solamente con un gran libreto. La cantidad de actores de alto calibre llega a distraer con el interminable desfile de rostros reconocibles. Hasta en pequeños papeles secundarios hay talentos como John Hawkes y Jackie Earle Haley. Aquí es el huracán Sally el que se lleva todo por delante, creando la veterana Sally Field (quien tuvo que convencer a un reticente Spielberg) momentos desgarradores como la Primera Dama.

Tommy Lee Jones nos inspira como Thaddeus Stevens, alguien que debe ajustar sus posiciones pro-igualdad para servir la causa del Presidente. Personifica de forma conmovedora la eterna confrontación entre el idealismo y el pragmatismo. El actor se roba todas sus escenas, menos una, la que comparte con Daniel Day Lewis. Si podemos llamar así a esta manifestación del difunto mandatario, ya que poco es reconocible del ganador del Oscar.

Day Lewis transmite sin aparente esfuerzo el carisma, la firmeza, la vulnerabilidad, la convicción, las dudas y el famoso buen humor de Lincoln. Siendo quien escribe una ferviente admirador de Liam Neeson, me alegro de que el Irlandés no terminara siendo el portador del mítico sombrero. Como toda monumental interpretación, molesta el mero intento de imaginar a otro artista en el papel. Es algo mágico que vale la pena presenciarse en la pantalla grande, pese a la ausencia de secuencias de acción o CGI.

Los efectos especiales en esta bella y poderosa producción de Steven Spielberg son de carne y hueso.

Spielberg hace historia a partir del 16 de Noviembre.

– Reseña crítica de Lincoln por Néstor Bentancor.